LA GRAN SALINA (fragmento) La locomotora ilumina la sal inmensa, los bloques de sal de los costados, yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías. Yo vacilo . . . . y callo . . . . porque estoy pensando en los trenes de carga que pasan de noche por la Gran Salina. La palabra misterio hay que aplastarla como se aplasta una pulga, entre los dos pulgares. La palabra misterio ya no explica nada. (El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.) Habría que reemplazar la palabra misterio (al menos por hoy, al menos por este “poema”) por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga que pasan de noche por la Gran Salina. La pera trepida en el plato. La miel se despereza en el frasco cerrado, para desesperación de las moscas que la acechan posadas en el vidrio. Pero yo no me explico y hasta ahora nadie ha podido explicarme por qué me sorprendo pensando en la Gran Salina. El hombre de chaleco del salón comedor se ha quitado los anteojos. Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida. Todo trepida, todo se estremece, en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina. Yo me he sorprendido mirando la sombra del avión que pasa por la Gran Salina. Pero eso no explica nada. Es como una gota que se evapora enseguida. Hay que distraerse, dicen. Hay que distraerse mirando y recordando para tapar el sueño de la Gran Salina. Un piano colgado como una araña del hilo se ha detenido entre los pisos doce y trece . . . Un camión pasa cargado de ventiladores de pie que mueven alegremente sus hélices. En 1948, en Salta, fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas, y la conversación se apagó con el fuego del asado, abrumados como estábamos por el cielo negro y estrellado. Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas hasta quedarnos sin pilas. Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas, con pilas para radios a transistores. Ni por qué sueño con lamparitas de luz, delicadamente guardadas en sus cajas respectivas. Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto de una lamparita quemada. Nunca he visto . . . nunca he podido imaginarme la lluvia cayendo sobre la Gran Salina. Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar. Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos (con una tijera). Aún hoy intento, apartando las cosas de la mesa o ahuyentando amigos, imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina. Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua. Pero aunque pueda imaginarme todo, nunca podré imaginarme el olor a salina mojada. Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana. En la oscuridad, tropecé con un mueble . . . y allí nomás me quedé pensando en lo que no quería pensar . . . en lo que creía bien olvidado! Pero en realidad me estaba escapando del sueño estremecedor de la Gran Salina. Y ahora me interrogo a mí mismo como si estuviera preso y declarara: La Gran Salina o Salina Grande está situada al norte de Córdoba, cerca (o dentro, no recuerdo) del límite con Santiago del Estero. Estoy mirando el mapa . . . pero esto no explica nada. La caja de fósforos queda vacía a las cuatro de la mañana y yo me palpo a mí mismo, desesperado, con el cigarrillo en la boca . . . Habría que inventar el fuego, pensarían algunos. Yo en cambio pienso en los reflejos del tren que pasa de noche junto al río Salado. No puedo dormir cuando viajando de noche sé que tengo a mi derecha el río Salado. Paro aún así sigo escapando del gran misterio . . . del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina. Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas al espejo ciego y enceguecedor de la Gran Salina. (A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol). Esperábamos llegar a Tucumán a las siete y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda junto a la Gran Salina. Un diario volaba por el aire . . . el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo del diario que caía sobre la Gran Salina. Y vi pasar varios trenes y hasta un jet . . . Los pasajeros de los Caravelle o de los Bac One-Eleven, no saben que esa mancha azulada, que a lo mejor están viendo en este mismo momento, desde ocho mil metros de altura, esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos, es la Gran Salina, la Salina Grande. (Ricardo Zelarayán)
Sunday, April 21
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LA GRAN SALINA (fragmento) La locomotora ilumina la sal inmensa, los bloques de sal de los costados, yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías. Yo vacilo . . . . y callo . . . . porque estoy pensando en los trenes de carga que pasan de noche por la Gran Salina. La palabra misterio hay que aplastarla como se aplasta una pulga, entre los dos pulgares. La palabra misterio ya no explica nada. (El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.) Habría que reemplazar la palabra misterio (al menos por hoy, al menos por este “poema”) por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga que pasan de noche por la Gran Salina. La pera trepida en el plato. La miel se despereza en el frasco cerrado, para desesperación de las moscas que la acechan posadas en el vidrio. Pero yo no me explico y hasta ahora nadie ha podido explicarme por qué me sorprendo pensando en la Gran Salina. El hombre de chaleco del salón comedor se ha quitado los anteojos. Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida. Todo trepida, todo se estremece, en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina. Yo me he sorprendido mirando la sombra del avión que pasa por la Gran Salina. Pero eso no explica nada. Es como una gota que se evapora enseguida. Hay que distraerse, dicen. Hay que distraerse mirando y recordando para tapar el sueño de la Gran Salina. Un piano colgado como una araña del hilo se ha detenido entre los pisos doce y trece . . . Un camión pasa cargado de ventiladores de pie que mueven alegremente sus hélices. En 1948, en Salta, fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas, y la conversación se apagó con el fuego del asado, abrumados como estábamos por el cielo negro y estrellado. Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas hasta quedarnos sin pilas. Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas, con pilas para radios a transistores. Ni por qué sueño con lamparitas de luz, delicadamente guardadas en sus cajas respectivas. Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto de una lamparita quemada. Nunca he visto . . . nunca he podido imaginarme la lluvia cayendo sobre la Gran Salina. Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar. Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos (con una tijera). Aún hoy intento, apartando las cosas de la mesa o ahuyentando amigos, imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina. Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua. Pero aunque pueda imaginarme todo, nunca podré imaginarme el olor a salina mojada. Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana. En la oscuridad, tropecé con un mueble . . . y allí nomás me quedé pensando en lo que no quería pensar . . . en lo que creía bien olvidado! Pero en realidad me estaba escapando del sueño estremecedor de la Gran Salina. Y ahora me interrogo a mí mismo como si estuviera preso y declarara: La Gran Salina o Salina Grande está situada al norte de Córdoba, cerca (o dentro, no recuerdo) del límite con Santiago del Estero. Estoy mirando el mapa . . . pero esto no explica nada. La caja de fósforos queda vacía a las cuatro de la mañana y yo me palpo a mí mismo, desesperado, con el cigarrillo en la boca . . . Habría que inventar el fuego, pensarían algunos. Yo en cambio pienso en los reflejos del tren que pasa de noche junto al río Salado. No puedo dormir cuando viajando de noche sé que tengo a mi derecha el río Salado. Paro aún así sigo escapando del gran misterio . . . del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina. Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas al espejo ciego y enceguecedor de la Gran Salina. (A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol). Esperábamos llegar a Tucumán a las siete y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda junto a la Gran Salina. Un diario volaba por el aire . . . el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo del diario que caía sobre la Gran Salina. Y vi pasar varios trenes y hasta un jet . . . Los pasajeros de los Caravelle o de los Bac One-Eleven, no saben que esa mancha azulada, que a lo mejor están viendo en este mismo momento, desde ocho mil metros de altura, esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos, es la Gran Salina, la Salina Grande. (Ricardo Zelarayán)