Sunday, April 21
LA GRAN SALINA (fragmento)
La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
yuyos mezclados con sal que crecen
entre las vías.
Yo vacilo . . . .
y callo . . . .
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio es nada y la nada no se explica
por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este
“poema”)
por lo que yo siento cuando pienso en los
trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La pera trepida en el plato.
La miel se despereza en el frasco cerrado,
para desesperación de las moscas que la acechan posadas en el vidrio.
Pero yo no me explico
y hasta ahora nadie ha podido explicarme
por qué me sorprendo pensando
en la Gran Salina.
El hombre de chaleco del salón comedor
se ha quitado los anteojos.
Los anteojos trepidan sobre el mantel de la
mesa tendida.
Todo trepida,
todo se estremece,
en el tren que pasa a mediodía por
la Gran Salina.
Yo me he sorprendido mirando
la sombra del avión que pasa por
la Gran Salina.
Pero eso no explica nada.
Es como una gota que se evapora enseguida.
Hay que distraerse, dicen.
Hay que distraerse mirando y recordando
para tapar el sueño
de la Gran Salina.
Un piano colgado como una araña del hilo
se ha detenido entre los pisos doce y trece . . .
Un camión pasa cargado
de ventiladores de pie
que mueven alegremente sus hélices.
En 1948, en Salta,
fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas,
y la conversación se apagó con el fuego del
asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro
y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos
las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño
con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas
respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el
filamento roto
de una lamparita quemada.
Nunca he visto . . .
nunca he podido imaginarme
la lluvia cayendo sobre la Gran Salina.
Yo no tengo objetivos pero me gusta
objetivar.
Desde chico intenté cortar una gota de agua
en dos
(con una tijera).
Aún hoy intento,
apartando las cosas de la mesa
o ahuyentando amigos,
imitar, imaginarme, la lluvia sobre la
Gran Salina.
Tomo una plancha caliente y le salpico gotas
de agua.
Pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca podré imaginarme
el olor a salina mojada.
Anoche llegué a mi casa a las tres de la
mañana.
En la oscuridad, tropecé con un mueble . . .
y allí nomás me quedé pensando
en lo que no quería pensar . . .
en lo que creía bien olvidado!
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño estremecedor de la Gran Salina.
Y ahora me interrogo a mí mismo
como si estuviera preso y declarara:
La Gran Salina o Salina Grande
está situada al norte de Córdoba,
cerca (o dentro, no recuerdo)
del límite con Santiago del Estero.
Estoy mirando el mapa . . .
pero esto no explica nada.
La caja de fósforos queda vacía
a las cuatro de la mañana
y yo me palpo a mí mismo, desesperado,
con el cigarrillo en la boca . . .
Habría que inventar el fuego, pensarían
algunos.
Yo en cambio pienso en los reflejos del tren
que pasa de noche junto al río Salado.
No puedo dormir cuando viajando de noche
sé que tengo a mi derecha
el río Salado.
Paro aún así sigo escapando del gran
misterio . . .
del misterio de la sal inagotable de la
Gran Salina.
Recuerdo cuando arrojábamos impunemente
naranjas chupadas
al espejo ciego y enceguecedor de la
Gran Salina.
(A la siesta, cuando la resolana enceguece
más que el sol).
Esperábamos llegar a Tucumán a las siete
y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar
una rueda
junto a la Gran Salina.
Un diario volaba por el aire . . .
el sol calcinaba las arrugadas noticias del
mundo
del diario que caía sobre la Gran Salina.
Y vi pasar varios trenes
y hasta un jet . . .
Los pasajeros de los Caravelle
o de los Bac One-Eleven,
no saben que esa mancha azulada,
que a lo mejor están viendo en este mismo
momento,
desde ocho mil metros de altura,
esa mancha azulada que permanece durante
escasos minutos,
es la Gran Salina,
la Salina Grande.
(Ricardo Zelarayán)