Tuesday, January 3
MÉTODOS
1
Vuelvo a casa desde Videla surcando el frío tolerable,
corto camino, pienso: hermoso y tribulado es el gesto
de los rostros que conozco. He asistido a un par de fiestas, ahí,
con y sin mesura, pudo península la isla. Parte del botín es eso.
—Escribí, Negro, ese dolor— dije, tratando de calzarme otros zapatos.
Quise jugar a bailar, sí, pero música blanda no puede recomponerse.
Sé que soy torpe pero eludo con gracia, corrijo el rubor con valentía,
salgo y entro de los radares para apaciguar la expectativa.
Subo a casa y me recibe la tibieza tolerable, la gata, la mancha
de humedad del baño, el crotón que se me muere. La persiana del living
fue reparada y aunque volutas algo logré. Hace tiempo ya, el suficiente,
la calamidad se hizo motor y látigo. Vi de lejos al proyecto del amor
y resolví: la intuición es caprichosa. En efecto, sé que me frustro adrede.
Sopeso los hechos y distingo lo que flota de lo que se hunde.
Qué trabajo importante y misterioso.
2
Siento la urgencia clásica de trasladarme de un cuarto a otro. Salgo
de un adentro para otro igual de replegado. Sospecho oír los corredores antes de la ilusión
hay un afuera, después de la ilusión también. Sé que la luz es diurna porque distingo
la caída austral de las bellotas, esta, su balística inútil. Los cráteres juntan rocío
y algún pedacito de papel celofán típico del otoño.
Desde el centro exacto del corredor distingo el lugar más adecuado: se puede
ver el cielo pero el lugar sigue siendo adentro. El roble del patio creció, a pesar y gracias a,
perforado por la verja. Nadie intervino su angustia o corrió el límite de la propiedad.
Me siento a su sombra adecuadísima y le ruego me haga parte.
3
El proyecto del amor tiene los ojos grandes como fósforos encendidos, manos ilimitadas
que conocen bien el método de la tibieza, el pelo como las brasas de un domingo por la noche.
Siempre está afuera. En lo que a mí respecta, siempre está afuera.
Hoy, después de fracasar mis menesteres, del ombligo para adentro, la pulsión se trunca.
Sé que me frustro adrede. Quiero hablarle de cuando, niña, jugaba a la bisagra y contemplaba,
sin juzgar, el patio y los corredores. No encuentro el valor ni los motivos suficientes.
Confirmo, después de intuir, nunca voy dar un abrazo que no me deje más sola. Insisto
en que es de noche, en que me urge bautizar la membrana que nos distingue,
la nata que emerge cuando intento apoderarme de las cosas. (Geraldine A. Ruiz)