GUADAL (fragmento)
4.
No bajé de los montes, de los lugares aéreos, níveos,
solemnes, por silenciosos. Tampoco de las ciudades.
Me vio nacer el campo con su larga cola verde de veneno.
Tarde comprendí ese huevo peligroso, puro
en la muerte, puro
por la muerte de la muerte
vaciada aquí y allá, una
vez, otra vez, dada vuelta
la luz, asperjada, aún,
en lo muy pequeño del pájaro y la ortiga,
morida, allí, ida, disuelta.
Aún en las columnas graves de golondrinas,
aún en el damasco, el eucalipto, las moras,
lo malo estuvo. En lo precioso, estuvo,
en la lengua que supo que podía o no
podía nombrar el gesto de la mano al dar vuelta
la hoja donde se escondía el gusano, en la
lengua que hurgó el material con el que podía
o no articular la probable causa de las aves
transmigrando de la vida hacia un no, la probable
razón de la gente secándose, apartada del aire,
para siempre, del aire, de la oveja enfermando
de un tumor, incomprensible para sí y para
todos, algo
grande y severo
desbandándose, haciendo
polvo lo hermoso.
Y gentes al sol secando sus ropas, porque así se hacía, gentes
en el viento, abriendo la boca a la pestilencia, y entrando
por la boca una oscuridad que no era de este mundo,
pequeñas avispas de lo innoble cuajando
la sangre, por la sangre,
las potrancas en las lagunas, las
lagunas, los espejos, las palomas,
la flor de lo ruinoso, abierta,
esplendiendo.
(Elena Anníbali)