Monday, October 30
EL PENACHO DE UNA LARGA CAÑA
El único lugar común que acepto hoy es el de una elegía.
Ahora tengo que escribirla y no sé cómo hacerlo.
Alguien que escribe un poema debe actuar como
un ingeniero, interesado solo en que la obra se sostenga,
pues en los alrededores hay arbustos y pájaros
y abajo pasan personas. A ellas quisiera pedirles
perdón, tal vez plagiando la performance
de un pez volador. Con las branquias del pez y el ansia del volador.
No sé cómo hacerlo. En un argumento que casi he olvidado
un hombre usa las piletas azules como sendas
para encontrar que su casa ya no es su casa. Encogido
sobre la puerta, solloza bajo la lluvia y la lluvia se compadece
y le limpia las escoriaciones del ego. Descalzo,
recibe el don del arrepentimiento. Con las puntas
de mi corte mohicano yo también herí muchas cosas,
pisé larvas de la ternura y me amé a mí mismo
como si el cielo, en todas sus versiones, tuviera
que abastecerme de placer oral. Y cuando las gotas
también resbalaron por mi pelo no supe reverenciar el modo
en que un ojo comprime el mundo para hacernos un presente,
ya que somos amados y nos mira. No supe, no pude
porque había desarrollado un fetichismo por las tormentas eléctricas
y, como descendiente de una especie de raptores, me gusta
el sufrimiento. Quisiera pedir perdón. En medio
de una afluente encontré flotando una silla
y me senté para intentarlo. Observo en torno
el flujo de un día. Pasan por su curso sustancias
que son atrayentes y enseguida nos causan asco.
No entendí nunca nada. Pueda que un bolígrafo
sí comprenda. El etanol recoge mi lamento.
(Rafael Espinosa)