Monday, October 23
SENTIDO PERFECTO
Entramos en el dolor como quien entra
en un paisaje hermoso:
de repente algo que no esperábamos
nos quita la respiración, nos hace detenernos
y mirar. Pero ni la mirada más atenta
entiende lo que simplemente existe,
lo que no nos incluye,
no espera nada de nosotros, no quiere
nuestra conmoción, nuestra presencia. Sigue ahí
cuando nos vamos, sigue intacto aunque a nosotros
nos haya modificado para siempre. Me pedías
que te desprendiera del dolor
del mismo modo que un chamán espanta
del cuerpo enfermo el mal que lo consume
y limpia lo que está contaminado, los restos
de ponzoña, la marca que ha dejado
la vida al meterse en la sangre el primer día, insidiosa
e irremediable como la picadura de una serpiente
en un cuerpo dormido. Pero yo no podía, no puedo,
más que darte un antídoto
que dura poco tiempo, incapaz de curarte: el contacto
de la piel sobre la piel, la pobre
y poderosa experiencia humana de tocarnos.
Todo se irá. No habrá señales que confirmen
que alguna vez nos hemos encontrado,
no dejaremos pruebas ni del terror
ni del amor que nos unió, de esos dos lazos
que fueron como el agua dentro del agua:
indiscernibles. No habrá
ojos que recuerden los colores ni sabremos
contar cómo era el ruido de una rama
balanceándose al viento, no quedará
dentro nuestro ni una traza
del olor del frío, esa mezcla de hojas muertas
y de escarcha, ni podremos recuperar
el gusto de las moras estallándonos
en la boca. Pero aun cuando ya no haya nada,
habrá una memoria en el tacto que nos traerá
todo de nuevo, como si nunca lo hubiéramos perdido:
el momento en que alguien nos atravesó,
flexible y certero como la flecha
desprendida de un arco, y nos hizo saber que somos
una materia que pasa y que a veces,
antes de irse, recibe la gracia
de ser lastimada de un modo que la vuelve mortal
y la salva.
(Claudia Masin)