Monday, October 2
LA ESTACIÓN DEL ARENAL
La prodigiosa lagartija corre
y ya no la veo más.
Oculta entre el color del médano, imperturbable, me observa
mientras el halcón huye de la resolana
y la arena cae suavemente desde las trombas de aire
sobre nadie.
Ningún ruido la inquieta. Huiría
si resonara en el aire lo que confusamente está dentro de mí:
discrimino una campana, la estridencia
de un tren
y un balido de oveja sobre las espaldas de un viajero.
Esta era la estación del arenal.
Queda un trecho de la vía desdibujada por la herrumbre,
un durmiente se quiebra como una hojarasca,
y ninguna sombra: el desierto calcinó los ficus
y sembró
sus propias plantas de largas espinas que se ensañan
en el esqueleto de una cabra.
Aquí la única sustancia viva es la arena, y nadie
que duerma en las bancas rotas del andén
la sacude de su sombrero.
Abandono este lugar. Y yéndome siento una porosidad en mi propio cuerpo,
una herencia: Aquí mi madre ofrecía su vendeja de frutas
a los viajeros. La siento correr
a mis espaldas
como un cuerpo de arena
que sin cesar se arma y se desintegra con su canasta.
(José Watanabe)